El tercio que nunca existió by José Javier Esparza

El tercio que nunca existió by José Javier Esparza

autor:José Javier Esparza [Esparza, José Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-02-01T00:00:00+00:00


* * *

Acudí al consejo, que fue en el palacio de Westminster. A unas pocas varas de allí estaba agonizando el rey Enrique VIII, pero se diría que a nadie interesaba ese asunto y, por el contrario, todo era atención para mi pleito, que tal era el gentío que allí se arremolinaba. Penetré en el gran salón donde se impartía justicia, o lo que fuera aquello. Somerset, Dudley, Paget, el arzobispo de Canterbury… Todos estaban allí, presidiendo lo que yo ya preveía mi ruina. Y alrededor, en los pasillos aledaños, gente de toda condición, desde Eguaras hasta el hideputa Varrón y aquel otro comerciante, cuyo nombre ignoro, que había asomado la cabeza al oír el tumulto en casa de Gamboa. Y ahora os contaré lo que sucedió.

El primer llamado fue Gamboa. Y Somerset habló desde su alto escaño y le dijo palabras muy sentidas:

—Gamboa, digno sois de gran pena, y habéis caído en traición; pues habéis consentido que en vuestra casa se haya dicho mal del rey y de su consejo.

Así que querían condenar a Gamboa por mis palabras. Y no creeréis lo que hizo Gamboa, que se había hecho acompañar por Noguera, y fue que éste empezó a repetirle en muy alta voz las palabras que Somerset había dicho, como si el Gamboa fuera sordo. Y el maestre escuchaba las voces de Noguera y asentía o negaba, y al fin habló.

—Señores, sordo soy —declaraba el maestre muy tieso⁠—, pero os aseguro que yo no he sido en ninguna traición, y si yo oyera en mi casa decir mal del rey y de su consejo, yo lo castigara.

Lo cual fue ingeniosa industria, pues Gamboa era duro de oído, en efecto, que tantos años de cañonazos y arcabuz suelen mermar ese sentido en los soldados viejos, pero ni mucho menos como el maestre trataba de aparentar. Que cojo sí lo era, por esa bala de Saint-Dizier, pero sordo en modo alguno. Y se quedaron Somerset y Dudley y Paget muy perplejos, o lo fingieron, así que volvieron sobre el delito.

—¿Acaso el capitán llamado sir Julián Romero no dijo en vuestra casa que iba a coger una pica para atacar al rey y a su consejo, a los que tildó de herejes? —⁠E hizo la pregunta Paget, y ya me sorprendió el reproche, pues, de todo lo que yo dije esa noche, que fue florilegio de tempestades, eso debió de ser lo único que no salió de mi boca.

—Juro solemnemente —declaró Gamboa después de que Noguera le repitiera a voces el cargo⁠— que jamás he oído tal cosa, ni de boca de Romero ni de ningún otro que allí hubiera.

Marchóse del estrado Gamboa y se me llamó a mí. Y vide entonces que el maestre se entretenía en cuchicheos con un sujeto que me resultó conocido, y haciendo memoria reparé en que se trataba del mercader que asomó la cabeza la noche de la trifulca. Y le hablaba Gamboa con mucha autoridad y el otro meneaba la cabeza, y luego os diré por qué, que al final todo se supo.



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